Abracadabra: La sombra del grupo Atlacomulco

El llamado Grupo Atlacomulco ha logrado sobrevivir al menos 70 años, conservando de modo férreo el poder en el Estado de México.

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Dentro de la fauna política nacional, el llamado Grupo Atlacomulco ha logrado sobrevivir al menos 70 años, conservando de modo férreo el poder en el Estado de México. Se trata de un grupo político fundado por Maximino Montiel Olmos, originario de Atlacomulco; quien ejerciera un cacicazgo inamovible en dicho municipio, entre 1925 y 1940.

Luego de esto, el grupo se diversificó ampliando sus tentáculos no únicamente dentro de la política, sino además en los negocios; conformando un inseparable binomio que creció al amparo del PRI: poder y riqueza.

Como personajes emanados de la novela política de Martin Luis Guzmán: “La sombra del caudillo”; el grupo aglutinó a personas de interés con lazos familiares y sentimentales, que hicieron de los resabios de la Revolución Mexicana; un auténtico sindicato del poder. Los pactos de silencio, el caudillismo y la transmisión del poder en línea sucesoria; se alzaron como las principales columnas de dicho grupo, seguramente el de más larga data en toda la historia del PRI.

Si la revolución perdida de Zapata-un ideal inacabado todavía-, proclamó la justicia social bajo el grito de batalla de “tierra y libertad”, los nombrados por Daniel Cosío Villegas bajo el sarcástico apodo de “cachorros de la revolución”-jóvenes con alma de magnate y no ideólogos preparados para la batalla en la lucha de clases-, pervirtieron ese ideal; convirtiendo a la política en un desafortunado concurso, donde el tráfico de influencias vino a sustituir el viejo anhelo de progreso.

Y ahí está el sempiterno Grupo Atlacomulco, hechura de Maximino Montiel, para dar fe de lo anteriormente expuesto. Con altibajos, y no exento de luchas intestinas, dicho grupo tomó el poder central del Estado de México, adueñándose de las gubernaturas con Alfredo del Mazo Vélez, Alfredo del Mazo González, Salvador Sánchez Colín, Arturo Montiel Rojas, Enrique Peña Nieto y Alfredo del Mazo Maza, todos nacidos en Atlacomulco, y depositarios de un poder omnímodo; otorgado por la heredad posrevolucionaria del carcomido PRI.

Espacio aparte merece la memoria de don Isidro Fabela (1882-1964), quien gobernó el Estado de México de 1942 a 1945, y quien destacó por ser un eminente abogado, diplomático, literato y hombre de trascendente erudición. Fabela representó a nuestro país en la Liga de las Naciones, y posteriormente, se desempeñó como Juez de la Corte Internacional de Justicia de La Haya (Países bajos).

El nombre de este personaje distinguido, ha sido tristemente utilizado por esa factoría del poder llamada Grupo Atlacomulco, cuyos integrantes se desviven en elogios al decir que Don Isidro; fue el primer gobernador en emerger del grupo. Su único pecado fue haber nacido en dicho municipio, que, por cierto, hoy lleva el nombre de Atlacomulco de Fabela.

No contentos con vilipendiar la memoria de ese mexicano ilustre, la nomenklatura política del Estado de México, también controla la Fundación Isidro Fabela, una organización nada cultural y claramente política, que estuviera bajo la dirección de Arturo Peña del Mazo. Seguramente, el notable diplomático, se estaría retorciendo dentro de su tumba.

Otro singular personaje, integrante también de dicho grupo, fue Carlos Hank González. El profesor logró ser gobernador del Estado de México (1969-1975), bajo la guiatura providencial del cacique Maximino Montiel. Aunque Hank no nació en Atlacomulco, sino en Santiago Tianguistengo, fue cobijado por la poderosa organización cupular, siendo de sus miembros, el que más alto logró escalar hasta que llegó Enrique Peña Nieto– y para nuestro infortunio-; gobernó el país del 2012 al 2018.

Hank, era la representación más acabada del éxito de una revolución distorsionada por el PRI. Un personaje que presumía de sus orígenes humildes como maestro normalista, y que había conseguido erigirse-por sus dotes de cancerbero-en gobernador, secretario de estado, regente capitalino e incluso presidenciable, sin embargo, no alcanzó la nominación por un antiguo candado constitucional, que impedía a los hijos de extranjeros (su padre era alemán) ser candidatos a la presidencia.

Durante el infausto gobierno del Carlos Salinas de Gortari, el grupo tuvo gran movilidad. Salinas utilizó la habilidad de otro político de larga data, y miembro distinguido del clan Atlacomulco: Emilio Chuayffet, a quien encargó la dirección general del entonces recién creado Instituto Federal Electoral (IFE). Chuayffet, quien también gobernó el Estado de México, participó en el gobierno de Ernesto Zedillo como Secretario de Gobernación (1995), y a pesar de su experiencia; tuvo que renunciar por el escándalo que suscitó el asesinato de 45 indígenas en Chiapas.

Chuayffet, tuvo un segundo aire durante el mandato de su coterráneo Enrique Peña Nieto, donde alcanzó la Secretaria de Educación, espacio al que renunció para darle cabida a Aurelio Nuño Mayer; alfil del peñanietismo.

El salinato selló su pacto con el Grupo Atlacomulco, colocando a Carlos Hank González al frente de la Secretaría de Turismo, de donde fue removido para encargarse finalmente de la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos; hasta finalizar el sexenio.

Otro miembro de la cofradía política de Atlacomulco, fue designado al frente de la Procuraduría General de la República, se trató de Humberto Benítez Treviño. Benítez Treviño, sustituyó al jurista Diego Valadez, quien permaneció solo cinco meses en el cargo, y a quien correspondió efectuar las primeras indagatorias sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

Benítez Treviño, fue el quinto procurador del salinismo, y el encargado de continuar los avances de los crímenes políticos del cruento año del 94. Ante la deliberada alteración del lugar del asesinato de Colosio, en Lomas Taurinas, y el desastre que implicó la averiguación previa; el caso se empantanó. Por si no fuera poco, el 28 de septiembre de 1994, a tan solo unos meses del crimen de Colosio, cayó bajo las balas de otro magnicidio José Francisco Ruíz Massieu, Secretario General del PRI.

Benítez no pudo resolver ninguno de los dos casos, y lo que es peor, el 23 de noviembre de 1994, en medio de un escándalo mediático, Mario Ruíz Massieu, Subprocurador General de la República, designado por el presidente Salinas para indagar la muerte de José Francisco, renunció públicamente al cargo.

En la rueda de prensa cubierta por medios nacionales e internacionales, Mario acusó a la nomenklatura priísta de obstaculizar las investigaciones acerca del crimen de su hermano. Sus palabras, lapidarias, todavía resuenan a la distancia: “El pasado 28 de septiembre una bala mató a dos Ruiz Massieu. A uno le quitó la vida, al otro le quitó la fe y la esperanza de que en un gobierno priísta se llegue a la justicia. Los demonios andan sueltos, y han triunfado

Mario Ruiz Massieu se suicidó en Nueva Jersey, el 15 de septiembre de 1999, había pasado tres años y medio en arresto domiciliario, acusado de encubrimiento, narcotráfico y enriquecimiento ilícito, en una Corte de los Estados Unidos. Ruíz Massieu atribuyó las pesquisas a una venganza política de tintes “binacionales”, orquestada por el gobierno de Zedillo. En su libro “Confesiones a manera de testamento”, el ex Subprocurador acusó al entonces dirigente del PRI, Ignacio Pichardo (también integrante del Grupo Atlacomulco), a la Secretaria General, María de los Ángeles Moreno, y al mismísimo Procurador, Humberto Benítez Treviño; de obstruir la investigación.

En un colofón solo entendible dentro de la mente de alguien que sabe que morirá, Mario Ruíz Massieu, escribió en su carta póstuma: “Ernesto Zedillo no perdonó que denunciara a los dirigentes del PRI el 23 de noviembre de 1994. Se vengó por eso. Para encontrar a los homicidas de mi hermano hay que iniciar una investigación que empiece por Zedillo. Él y yo supimos que no era ajeno a los dos crímenes políticos de 1994”.

Zedillo premió el silencio del Grupo Atlacomulco, y los servicios prestados a la nomenklatura priísta, otorgándole-como ya se mencionó antes- la jefatura del gabinete a Emilio Chuayffet. Todo pareciera emerger de una novela de mafiosos escrita por el celebérrimo Mario Puzo. El tufo a descomposición, tráfico de influencias y muerte, acompaña a la monarquía priísta del Estado de México, cuyos apellidos Peña-Montiel-Hank y del Mazo; son parte del tiránico reinado que en medio de estertores, se niega a dejar el poder.

Como parte de un guion político confeccionado durante lustros, Enrique Peña Nieto llegó al poder, convirtiéndose en el primero; y también el último de los miembros de la ancestral dinastía mexiquense, en llevar el cetro y la corona del entonces agónico presidencialismo.

Sus métodos y usanzas, heredadas por los cachorros de la revolución que lo amamantaron, no encontraron eco en la nueva realidad política de México. Espero, como muchos otros mexicanos, que, en las próximas elecciones a celebrarse en el Estado de México, no triunfe ese priísmo bestial; que ha fincado sus éxitos en los pactos de silencio, los crímenes políticos y la putrefacción transexenal.

1 COMENTARIO

  1. Apreciable Aldo, mi nombre es Manuel Domínguez, le saludo desde Puebla.

    Estuve buscando alguna fuente donde haga referencia al sobre nombre de “Cachorros de la revolución” que utilizó Cosío Villegas. ¿Serías tan amable de orientarme? Saludos

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