El cuarto
Para Rubén “El hermano Javy” Robles
El mejor baterista siempre.
Cada que pongo el candado de la puerta principal de mi casa, empotrada a un costado de una reja frontal, me pregunto si en algún rincón, la arquitectura moderna tendrá algún catálogo de estructuras equipadas para el encierro.
Y no me refiero a esos refugios apocalípticos repletas de latas de atún, con paredes diminutas y túneles oscuros que se alargan debajo de la tierra; de esos refugios antibombardeos, no, no me refiero a eso, tampoco a las cárceles, no se trata de perder la libertad, no he cometido un ilícito, aún así tenemos que encerrarnos voluntariamente.
Este fin de semana, dude de la estructura física en la que vivo mi encierro, -de la mental ni les cuento- gracias a un video que se colgó a una de la tantas personalidades y divergencias que uno puede sembrar en el mundo digital.
Con solo clic, certero y exacto, toda una serie de palancas, poleas, pelotas, engranes y mecanismos digitales desencadenó el video en bruto de un grupo de seres humanos que hicimos del metal un plato de chocokrispis en la mañana.
El video se despliega como una canción de sepultura; te destruye, te truena el cerebro; el video en blanco y negro retrata lo que fue un cuarto de ensayo que durante varios años canalizó toda la energía zen que podríamos acumular durante la semana, ese cuarto con sus cuatro paredes, se convirtió en un templo ideado para descargar la furia, la ira y la rebeldía de ser quienes éramos: unos desadaptados amantes del metal.
Con gran sorpresa este fin de semana, Francisco “Paquito” Galván me etiquetó en un contenido que valió la pena, un video que inmortaliza lo que nosotros llamábamos el “ensayo” pero que en realidad era la huida ruidosa a algo mejor, un acorde en “mi”, bien fuerte, que paraliza los sentidos, sacude las carteras de huevo y la realidad finalmente se agrietaba, quienes pudieron encolerizar sus emociones allí lo saben.
Ese cuarto de ensayo, se encontraba en un segundo piso de la colonia Indeco; se entraba por una escalera a medio terminar, la odiaba, lo últimos dos escalones para llegar al segundo piso no existían, y había que brincar para llegar hasta la entrada, -yo cargaba siempre con amplificador de bajo de setenta whats que todavía tengo, así que ya sabrán el odio y el miedo que le tenía a esa entrada- no tenía barandales ni nada, solo era calcular un salto final, el cielo, el piso el ensayo o la mano de quien estuviera para guiar la maldita caja negra del amplificador del bajo.
El cuarto era un piso de dos cuartos, al abrir la entrada principal, que “el my friend” como buen ingeniero, había habilitado una reja soldada para añadir más seguridad, quién sino un ingeniero civil, sabría soldar unas malditas rejas; bueno, lo que se podría considerar como una recepción, era el cuarto vacio con una serie de ventanas, de las cuales unas benjaminas se estiran sin mayor reclamo, ya estaban dentro y que más se podía hacer, el piso estaba lleno de hojas y semillas, eran bienvenidas.
A unos pasos, la puerta que daba al “el cuarto”, de entrada te recibía un tufo de cerveza y sudor bien curtido, el sol entraba a pedazos de un sola ventana que estaba cubierta por un colchón, era una oscuridad inocente, si es que eso existe, calada por una armadura total de carteras de huevo que pegamos entre todos.
No sé de dónde salieron todas esas carteras de huevo, pero creo que “El Mayito Mungarro” tuvo que ver.
Regresando video, a la nostalgia me invade a tal grado que escribo con “el bajo” en las piernas, esto se escribió mientras escucho “Fear of The Dark”, “Orgasmatrón”, “Within The Mind”, “Fade to Black”; canciones que conformaron un “setlist” de unas dos horas de “covers” de Iron Maiden, Metallica, Pantera, Death y otros grupos, de cuellos rotos y dedos ampollados; de una fuerza letal, dura, ruidosa, una explosión nuclear metalera, era eso y solo eso, ruido y más ruido.
Me detengo solo para advertir, que no era maldad, no, era música, energía, gritos, algo que solo el rock y el metal pueden dar, todos, en la semana éramos personas, profesionistas, estudiantes, pero el sábado, en el cuarto, estábamos enojados, ¿con qué?, con nada y con todo, con el gobierno, con nuestros padres, con la vida, con la ciudad, con la escuela, pero, a la vez, no lo estábamos, era nuestro desenfado; si algunos se juntan a jugar dominó, orar, practicar algún deporte, nosotros tomábamos unas bocinas, con acordes mal hechos, pero bien furiosos, una y otra vez.
Quienes fueron saben de lo que hablo, y es que este “A Tiro de Piedra”, nunca estará al nivel de lo que era vivir esa experiencia, empezaba a eso de las 4 de la tarde y terminaba antes de las diez de la noche, por que nunca, quisimos molestar más de la cuenta: ya con que unos “greñudos” con aspecto delincuencial asesino y borrachos vinieran a tu colonia e hicieran un “ruidajal” de los mil demonios era demasiado.
El video atrapó uno de los tantos momentos, uno en el que no estuvimos presentes ni mi carnal ni yo, allí se observa “al Luis” en la guitarra, “al Paco” en la voz y “al Rubén, el Hermano Javi”, en la pila; el metal lo perdona todo, y el metal lo resuelve todo, en el metal nos odiamos todos, pero al final del solo eterno, del riff machacante, del doble bombo, allí nos decimos: !salud¡, todo va a estar bien.
Al escribir esto me llegan muchos recuerdos, todos buenos, que no contaré, mejor los compartiré con un par de ballenas, pero no quiero dejar de lado que en una de esas jornadas de ruido, “al Paco” se le ocurrió que uno de los pocos focos que iluminaban el cuarto fuera rojo, ¿qué mente distorsionada haría eso?; con la música a todo volumen, los dobles bombos golpeando el pecho, las guitarras rajando el aire, todos gritando y sudando, todo bajo una espectral y tenue luz roja, imaginen cómo sonaba “Dead Embryonic Cells” o “Master of Puppets”, era una locura demencial.
Al encierro cada quien le encuentra una respuesta, yo la había olvidado, ese cuarto fue el mejor encierro que he tenido.