Ha pasado un mes exacto de este 2022, y estos dos cuestionamientos siguen pesando en mi mente, desde los últimos minutos del año pasado. Al darle título confieso que trato de empujarte querido lector a que me ayudes a responderlas; y es que recién alguien me dijo al ofrecerle ambas puyas en una conversación de sobremesa “¿qué más se puede hacer en estos días pandémicos que seguir enlistando respuestas a este par de preguntas?”.
Me parece que mi obsesión por responder ambos cuestionamientos, comenzó a perfilarse en un inicio de la pandemia en la forma de un terco rechazo a reajustar mi “sociabilidad” semanalmente al “semáforo epidemiológico” vigente que la Secretaría de Salud del Gobierno del Estado, calibró para “controlar” los aforos y la movilidad, tanta calibración me llevó a pensar que vengo de allá, de un “mundo raro” y llegó a vivir a un mundo todavía más raro.
Es “Naranja, nivel de contagio alto”: el malecón, bares y cines cerrados; es “Amarillo, nivel de contagio bajo”: tianguis, gimnasios, y finalmente el “Verde, Nueva Normalidad”: es una locura, los aforos reducidos dejan al gigantismo de Alicia como un día de campo, “bitch please, ya no cabemos más”; y es que además del aforo físico, es el aforo mental, más reducido, más limitado y menos normal.
En términos sanitarios, los colores del semáforo han hecho trizas la salud mental, no en una generalidad, hay quienes no han tenido problemas para transitar en la “nueva normalidad”, -póngales una estrellita por sobrevivir-, pero a otros, y me incluyo, nos metió una “putiza mental”, somos más neuróticos, más desconfiados, en casos graves somos más ansiosos y depresivos: gel antibacterial al salir el sol, gel en este momento, gel en los brazos, gel en la cara, en la nuca, gel a todas horas y entre más partes del cuerpo mejor, gel pegajoso gel líquido, gel a la obsesión, gel al espíritu: gel, gel, gel.
Si no te mueres de Covid, te mueres de un ataque de ansiedad, recuerda vengo de un mundo raro a un mundo más raro, unos están bien relajados, y otros al borde del colapso mental, dos extremos alarmantes; mientras atraviesas tu crisis, debes preparar la comida y terminar la tarea de tu hijo que hace escuela en casa; mientras tus pulmones están al borde de estallar, tienes que hacer una fila eterna para obtener una incapacidad laboral, que no se pierda la bonita tradición de que mientras muero en la fila hay un centenar de personas que mueren conmigo.
Suena la voz de Carla Morrison, su tonito dulce, una tarola medio rayada: “si es preciso decir/ una mentira/ di que vienes de allá/ de un mundo raro”; aunque en su origen la canción habla del mejor desamor autoinfligido bajo el mando de José Alfredo Jiménez, pensé en que efectivamente, la solución a nuestros problemas mentales “covicianos” era empezar a decirnos mentiras para sentirnos mejor. ¿La mejor verdad es una mentira?
Deje pasar la canción, que taladró mi cerebro un par de veces más; No, mentirme a mí mismo no era la solución, era seguir en la búsqueda de respuestas a estas dos preguntas: ¿qué perdimos? definitivamente: nuestra normalidad.
Recuerdo manejar, solo, sobre el bulevar Pino Payas, saliendo del puente con dirección a Villas del Encanto, quería revisar las obras que la administración municipal, pretendía realizar para habilitar un retorno; la obra quedó en mera intención, pero un recuerdo llegó a mí.
Al llegar al cuatro altos del cruce ampliación J. Mujica, vi esta imagen: “el filtro” coordinado por elementos de la policía municipal para vigilar que se cumplieran las medidas sanitarias.
Ahora se ve muy lejana esa escena, pero en un momento de la pandemia, tuvimos filtros sanitarios coordinados por policías para que se cumpliera el uso del cubrebocas y una sola persona al frente.
Que poco sabíamos de la pandemia, policías dejaban pasar vehículos sin placas, sin revistas vigentes, sin cinturón, pasaban personas armadas, recién “levantadas”, bebiendo, pero esos sí, no se les pasaba ningún cubrebocas mal puesto o la saturación del micro aforo del vehículo, la policía sanitaria, increíble, les digo, el mundo raro.
Los filtros ya no están, se retiraron hace meses, y volví a pensar ¿qué hemos ganado con la pandemia? mucha información, de más, que no se traduce en conocimiento, solo saturación e irónicamente nos hace más estúpidos, ignorantes y tercos, en el mundo raro el informado cree en cada teoría de la conspiración, cada vez más absurda y más imposible.
No sé si el “mundo raro” es al que llegamos ahora, o es del que venimos, o al que vamos, ¿pero a dónde vamos con esta pandemia que parece interminable? Mejor mentir, mejor decir que nos va muy bien, mejor decir que vivimos un “sueño dorado”, cuando en realidad, la realidad nos dobla, respiramos, desgraciadamente seguimos vivos para ver cómo el mundo sigue colapsado.
Si, soy de los que su vida social se redujo a lo que sigue definiendo el Comité de Seguridad en Salud, mi vida social -como la de muchos- se limitó por casi dos años a la calibración de la ciencia sobre unos escupitajos que se hacían en unos cotonetes, ¿mi misantropía anda medio dislocada por un cotonete?; me reclama mi familia, prefiero recluirme que salir y ver gente, pero ya estoy trabajando en ello.
Sin minimizar esos mensajes de “eso pasará”, “cada vez está más cerca”, “ya vemos la luz al final del túnel” y sin caer en el “echaganismo” que tanto daño nos hace, creí que así sería más digerible observar los días que han pasado bajo la sombra de la pandemia, cuando de pronto Louis Amstrong llega con su “”what a wonderful world” a mis oídos.
Perdimos muchas vidas sin duda, que no regresarán, y que serán olvidadas, perdimos lo que éramos, perdimos lo que somos, pero ganamos quizá lo único que como seres pensantes puede salvarnos, darnos cuenta de lo frágil que somos, lo frágil de la especie humana, ojalá no se nos olvide.
Canta Louis, ojalá cantaras en español “Un Mundo Raro”, pero maravilloso.